lunes, 24 de abril de 2017

11 de Octubre. En la cima.

>Me levanto muy prontito,  excitado y con ganas de llegar y abrazar a los míos. Cojo mi pequeña mochila, lo demás viaja con la bici, y salgo a buscar el autobús que me llevará al aeropuerto de Santiago. El vuelo sale puntual y está a rebosar, ayer cogí buenos asientos y puedo descansar mis pesadas piernas. Disfruto cada minuto de la vuelta a casa. Ya estoy en El Prat, bus, tren y Vilassar de Mar. Mi mar. Estoy de vuelta.<

Vilassar de mar

Las sensaciones son dispares, pero hay una que destaca sobre las demás, mi sonrisa. La sonrisa de satisfacción, la que irradia luz a mi y a mi entorno. Una luz contagiosa. Una luz que emana sabiduría y amor. La que hace sentirse un poco más poderoso. El lado luminoso.
En la otra cara de la moneda está el lado oscuro. El lado de los ‘no puedo’, ‘no lo voy a lograr’, ‘no estoy preparado’, ‘fracasaré’, ‘me rindo’, ‘huyo de esto’, ‘desaparezco’ o ‘mejor no lo intento’ y con todos los ‘y si.…’ que cada uno de nosotros imagina. La luz ha vencido a la oscuridad de nuevo. Es chocante que cuando consigo algo importante para mí, y esto lo es, el lado luminoso vence siempre con claridad al lado oscuro. Siempre vale la pena.
La satisfacción de haber conseguido mi objetivo es una sobredosis de autoconfianza, de autoestima. La razón de la victoria del lado luminoso. Un momento más a los que acudir en momentos de desasosiego. 
Si te lo propones, lo consigues - dicen las leyendas urbanas al respecto. A veces es cierto. Depende mucho del creer en ti y en tu proyecto. Pero solo con estos dos elementos es fácil caer en la trampa del pensar que solo por expresarlo y compartirlo se consigue lo que quieres. Pero no es así. No sin añadir el esfuerzo que cada uno necesita para cada ocasión concreta. El esfuerzo físico, mental y emocional. 
Sin estos tres componentes alineados, un reto puede llegar a ser un ‘vía crucis’ interminable, una odisea imposible, y llevarte a la frustración para abandonar finalmente.

Me viene todo esto a la mente y me lleva a mi vida de ‘freelance’, que empecé cuando dejé la multinacional. Ahora sí puedo decir que estoy donde quiero estar. Ahora sí soy quién quiero ser. Para llegar hasta aquí he tenido que atravesar el camino del lado oscuro y he necesitado mis niveles de esfuerzo físico, mental y emocional rindiendo adecuadamente para conseguirlo. Poco a poco, el camino se ha ido allanando y la experiencia creciendo y, aunque no hay un final, porque la vida sigue, debo continuar administrando mis niveles de esfuerzo para seguir vivo. No es un camino de rosas, trabajar para otro es más cómodo, pero la recompensa ahora es tan grande que se hace indefiniblemente fantástica. Todo lo que vales es gracias a ti, a como gestionas tus habilidades, tu esfuerzo y tu actitud. 
El tiempo pasa deprisa. Más deprisa de lo que parece al empezar. Todo acaba llegando en el momento preciso, normalmente cuando ya estás preparado. No perder el foco en tu proyecto es un acelerador que te acerca cada día un poco más allí donde quieres estar. Durante el proceso vas perfilando los detalles de los ‘cómo’y los ‘cuándo’. 
Desde el momento en el que decides el ‘dónde’, tu cuerpo y tu mente saben el ‘cómo’. Con mayor o menor conciencia de ello, vas escogiendo los senderos que te acercan a él. El objetivo decide por nosotros ese ‘cómo’, un ‘cómo’ adaptado a nosotros, hecho a medida para nosotros, como si de un vestido a medida se tratase. Ciertamente, todos los seres humanos somos completos, creativos y llenos de recursos. Así que avanzar es más una cuestión de querer que de saber qué debemos hacer. 
Una de las opciones del ‘cómo’ es pedir ayuda. ¿Por qué no pedir ayuda? ¿qué nos frena a pedir ayuda?. 
Aprendí no hace mucho a pedir ayuda. Mi propio orgullo y el mostrarme vulnerable a los demás frenaba mi avance y lo que es peor, podía llegar a apartarme de mi verdadero rumbo, y éste es demasiado valioso para dejarlo a un lado. Es un lujo que no me puedo permitir, vivir mi vida plenamente depende de ello. 
“Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo, y extraer todo el meollo a la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera la vida, para no descubrir en el momento de la muerte, que no había vivido”
El club de los poetas muertos


Nuestros sueños deben estar protegidos de todo y de todos, como decía Will Smith en la película ‘En busca de la felicidad’. 

“Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño debes protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tu tampoco puedes. Si quieres algo, ve a por ello y punto”, decía Will Smith a su hijo. 
Me encanta esta parte. Me define a mí cuando decidí de muy joven no continuar con el trabajo de mi padre. Quería labrar mi propio destino y ser reconocido por mi mismo y no por heredar algo que no me había ganado y que no me pertenecía a mi, sino a él. No quería ser reconocido como el hijo de alguien, sino como una persona con identidad propia. Ahora además, estoy convencido que en el fondo, mi decisión le alegró. Decía que debía hacer aquello que más me gustara, donde más disfrutara y darlo todo. Ser el mejor en lo que hiciera, buscar la satisfacción y el orgullo del trabajo bien hecho. Me costó entenderlo entonces, pero sus palabras han seguido grabadas en mi subconsciente durante toda mi vida. 
Aún así, una parte mal desarrollada por buscar la excelencia, me ha hecho ser excesivamente autocrítico, perfeccionista en extremo y no me he dado permiso para equivocarme, pedir ayuda o simplemente ser indulgente conmigo mismo. Aprendido. 
Está claro que siempre se puede hacer mejor. Ser humilde y reconocerlo me da espacio para el crecimiento pero hay que poner en valor lo que hemos conseguido. Saber de donde vienes y donde has llegado. Y celebrarlo. Celebrar y saborear cada victoria como si fuera la última. 

Estoy cansado, con mil pensamientos en mi mente que me llevan de aquí para allí. Me queda ahora otro “viaje” para pulir mi “dónde” y poner orden a este entresijo de  reflexiones que seguro me indicarán el cómo llegar.  

Portomarín

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